Congreso internacional
20-21 de marzo de 2025 | Universidad de Tours (Francia)
Organización
- Andrea Cabezas Vargas (Universidad de Angers)
- Sophie Large (ICD, Université de Tours)
- Melanie Pérez Ortiz (Universidad de Puerto Rico, Río Piedras)
Presentación
Presentación
Mientras los especialistas en geología, estratigrafía, química y climatología siguen debatiendo sobre la pertinencia científica del concepto de Antropoceno, y mientras la acción comunitaria y la literatura están ya imaginando y ensayando mundos posibles para vivir en armonía con el planeta y los seres vivos con quienes lo compartimos, la amenaza de un desastre inminente parece más presente que nunca entre la población general. ¿Está el fin del mundo a la vuelta de la esquina?
En América Central y en el Caribe, sin embargo, el desastre no es nuevo. Situadas en el cinturón de fuego del Pacífico y en la trayectoria privilegiada de los huracanes que se forman sobre las aguas del Atlántico, estas regiones siempre han sido espacios atravesados por violentos eventos naturales (terremotos, huracanes, erupciones volcánicas). La región de América Central y el Caribe no sólo es la más desigual del mundo, sino también la segunda más afectada por los desastres naturales, y esta incidencia podría aumentar aún más debido al cambio climático y la degradación del entorno natural (OCHA, 2020). Pero, si la noción de desastre estaba relacionada en su origen con la idea de catástrofe natural, se ha ido extendiendo con el tiempo para llegar a designar cualquier cataclismo, sea cual sea su naturaleza (Godin, 2009). En este sentido, la destrucción causada por la Conquista, la aculturación forzada y la colonización hacen del desastre un acontecimiento fundacional de la historia y la identidad de esos territorios. Más recientemente, la violencia y el trauma de los regímenes dictatoriales, de los conflictos armados o del colonialismo estadounidense en la región han convertido las ruinas en un elemento tristemente familiar del paisaje caribeño y centroamericano (Gaytán-Cuesta, 2020). En dicho contexto, las consecuencias desastrosas de una catástrofe natural, como los huracanes Mitch o María (que devastaron la región en 1998 y 2017 respectivamente), pueden ser consideradas como el resultado de un “desastre colonial de larga duración” (Bonilla & LeBrón 2021: 28). Desde este punto de vista, en América Central como en el Caribe, el fin del mundo ya ha tenido lugar (Vignola, 2022 : 51).
Este “estado de desastre permanente” (Anderson, 2011:6) se traduce evidentemente por “colapsos «subjetivos»” (Hétier, 2021: 21), como la reducción de la biodiversidad, la extinción de las especies, la intensificación de la frecuencia y de la potencia de los huracanes y de las inundaciones, la violencia de Estado, las masacres de los pueblos originarios, la violencia de género, la xenofobia o la creciente precariedad de las poblaciones. Después de la catástrofe, las políticas de reconstrucción y de recuperación suelen empeorar la situación de crisis, ya que van en contra de las necesidades reales de las poblaciones y tienden ante todo a proteger y reforzar el sistema económico capitalista. Pero este “capitalismo del desastre” (Klein, 2007), que afecta de forma duradera las condiciones materiales y económicas, genera también “colapsos propiamente humanos, que son de orden espiritual y psíquico.” (Hétier, 2021: 21) Los efectos psicológicos del desastre son aún más dañinos cuando los sujetos están marginalizados o en situación de gran vulnerabilidad, como es el caso en la región caribeña y centroamericana, donde los fenómenos de migración económica se han ido acentuando en las últimas décadas, y ciertas categorías de población (mujeres, minorías de género, minorías étnicas, entre otras) están muy expuestas a la violencia social y sistémica. La imposibilidad para las víctimas de coincidir con una visión ideal de la “buena víctima” puede generar sentimientos de injusticia, impotencia, culpabilidad o ilegitimidad, cuando las desigualdades condicionan la reconstrucción psicológica en el periodo posterior al desastre.
Sin embargo, un desastre no aniquila por completo la agencia de los sujetos. Una vez pasada la fase aguda de la catástrofe, el tiempo de la reconstrucción se acompaña de una proliferación de relatos en primera persona que dan al individuo “la posibilidad de existir como sujeto de su catástrofe” (Revet, 2007: 317), de reconstruirse psíquicamente y de interrumpir el imaginario de la “buena víctima”. El lenguaje ocupa un lugar fundamental en las dinámicas de resistencia que emergen después de un cataclismo: de hecho, “lo único que sobrevive al desastre es la palabra que surge después de la mudez y el olvido” (Fabry, 2012: 8). Y, del mismo modo que el lenguaje construye al sujeto (Butler, 2002), el relato de la catástrofe le devuelve cuerpo y sentido, al mismo tiempo que al desastre en sí. Es más, si estas “escenas de subjetivación” que son las catástrofes permiten “la emergencia de sujetos, quienes afirman y demuestran su capacidad para pensar y actuar”, también hacen posible “la creación de un espacio común” (Revet, 2007: 317). La urgencia provocada por el desastre ofrece a los sujetos vulnerables una visibilidad para sus reivindicaciones, relacionadas con los efectos de la catástrofe o, más generalmente, con el reconocimiento y el respeto de sus derechos fundamentales (Parson, 2016: 7-8). El relato del desastre constituye entonces una forma de elaboración subjetiva y de recomposición de los vínculos sociales y comunitarios (Clavandier, 2004: 71-72), y el propio desastre actúa como revelador de una insatisfacción política y económica, o incluso como detonante de un movimiento de resistencia colectiva.
La riqueza y la ambivalencia de los significados relacionados con la catástrofe explican también su impacto notable en el plano artístico. “Asociado con el pánico, el caos, la desestructuración, el desastre espanta tanto como fascina” (Revet, 2007: 116) y alimenta los imaginarios con mitos, fantasías, víctimas y héroes.
Entre las numerosas funciones que puede cumplir el arte, destaca en particular su papel catártico (Walter, 2008: 287) y su capacidad para canalizar los afectos después de la catástrofe. En un mundo en el que el capitalismo aísla a los individuos, también puede crear “una comunidad de sentido frente a la ausencia de ley, de conocimiento y de previsibilidad” (Aradau & van Munster, 2011: 88). En América Latina en particular, las representaciones artísticas que ponen en escena catástrofes constituyen muchas veces “una respuesta subversiva a un escepticismo ante la modernidad […] como principio ordenador de su realidad” (Gaytán-Cuesta, 2020: 4). Las ficciones apocalípticas, en particular, se hacen eco de un amplio cuestionamiento acerca del fracaso de la modernidad y de sus ilusiones de dominio absoluto de la naturaleza y la técnica. En este sentido, como lo señala Yuderkys Espinosa Miñoso, “el futuro ya fue”, en la medida en que el proyecto de la modernidad “ya está aquí y muestra su cara más terrible y tenebrosa” (2015). No se trata entonces de anticipar un posible desastre futuro, sino de cuestionar el desastre presente, para reconfigurar las subjetividades y los vínculos comunitarios, para reconfigurar las subjetividades y los lazos comunitarios tanto dentro de la región como en el extranjero, donde la diáspora centroamericana y caribeña ha buscado refugio.
Este congreso invita a reflexionar acerca de la manera en que los desastres (catástrofes naturales, pandemias, guerras civiles, dictaduras, etc.) afectan la construcción de las subjetividades individuales y los vínculos comunitarios. Se podrá explorar por ejemplo la evolución de la relación dialéctica entre sujeto y colectividad, antes, en el transcurso y después de una catástrofe, especialmente entre las comunidades marginalizadas (minorías raciales y/o sexodisidentes).
¿Cuál es el impacto de un desastre en las subjetividades y vínculos de poblaciones ya fragilizadas por el colonialismo, el neoliberalismo y las desigualdades? ¿Es la catástrofe un sinónimo de aniquilación o, al contrario, una oportunidad para reforzar los lazos comunitarios y hacer emerger dinámicas colectivas de resistencia? ¿Qué papel desempeñan las comunidades y sujetos minoritarios en la tarea de reconstrucción? ¿En qué medida la creación artística puede jugar un papel determinante en estos procesos de reestructuración subjetiva y colectiva?
Ejes posibles
- Memoria, trauma, estrategias de recuperación
- Resistencias, contradiscursos, prácticas disidentes, activismo comunitario
- Afectos, sanación, solidaridad, cohesión social
- Construcciones mediáticas (periodismo, testimonios, crónicas…)
- Mediaciones artísticas (ciencia ficción, distopía, cli-fi, ficción (post)apocalíptica,autoficción, gótico caribeño, realismo sucio…)
Modalidades de propuesta
Las propuestas (título y resumen de 500 palabras) deben enviare antes del 30 de noviembre a: andrea.cabezasvargas@univ-angers.fr, maperezortiz@gmail.com y/o sophie.large@univ-tours.fr
Bibliografía
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